19
Como que te vas, te vas; como que te vienes, vienes; como que en tus lindos brazos, búscalo aquí, búscalo allá; arrulladito me tienes
Sonia abordó el tercer avión en menos de dos días y otra vez le tocó en el último rincón, asiento 23A para ser exactos. Tenía alrededor de una hora de vuelo que pretendía aprovechar para empezar a poner en orden sus ideas lo cual le resultaba absolutamente necesario. Trató de reconstruir los acontecimientos de los últimos días. Le costaba trabajo creer que hacía apenas una semana habían salido de Los Amigos. Tanto había pasado tan rápido que tenía que hacer un esfuerzo por ordenar todo en el tiempo y ponerlo en perspectiva. Mientras se abrochaba el cinturón un hombre gordo que ocupaba mucho más de su lugar se sentó en el 23B por lo que Sonia recargó la cabeza en donde debería estar la ventana mientras trataba de recordar paso a paso.
Salieron de los amigos tan aturdidos que había perdido noción del tiempo. Sabía que estuvieron algún tiempo en la cabaña del Güero; Sonia recordaba vagamente una noche en blanco sentada en una cama con la espalda recargada en la pared y la cabeza de Emiliano sobre sus piernas, recordaba claramente el silencio compartido y el sueño inquieto de Lina en la cama de junto. Remigio había apelado a su pasado yucateco para usar en la hamaca con Esteban pero claramente ninguno de los dos dormía. A lo lejos se oía una conversación –que pretendían fuera discreta– entre Dionisio y el Güero. Sonia no había tenido ánimos para tratar de seguir lo que decían pero los susurros se mantuvieron incesantes durante largo tiempo. Los Garré se habían ido, tenía la impresión que Julio de vuelta a Los Amigos y de Marcelo y Silvina no tenía la menor idea.
En algún momento –podrían haber pasado 2 horas o 2 días– los Garré habían regresado y habían arrastrado a los detectives silvestres y a los Parra a una lancha comandada por el Güero que era claramente más grande que el Sandra Eleanor. Muy pronto había amanecido y Sonia recordaba confusa un largo recorrido por el mar con mucho sol, mucho calor y mucho mareo. Ella seguía sumergida en un silencio absoluto y Emiliano durante el trayecto había pasado de aturdido a atento. Los Garré hablaban sin cesar y parecía que le estaban dando instrucciones a Remigio, Esteban y Julio. Lina estaba inquieta y Dionisio seguía hablando con el Güero con una sonrisa cómplice y una animación que le había parecido completamente fuera de lugar.
Mientras el avión se preparaba para el despegue, el hombre gordo del 23B había tratado de iniciar una conversación. Sonia estuvo a punto de fingir no hablar español pero optó por una salida más sincera.
–Lo lamento, no me siento bien.
La sinceridad de Sonia pareció desanimarlo y ella aprovechó el precario silencio (un asiento a menos de dos metros de la turbina de un avión no podía ser nunca silencioso) para armar el siguiente episodio que era definitivamente el más confuso.
Le resultó imposible recordar cómo ni cuándo habían llegado a Coatzacoalcos y cómo había pasado de la lancha a una cómoda habitación en la que durmió junto a Emiliano muchas horas. Se había despertado sobresaltada una vez y le preguntó a Emiliano por los demás. Cuando él le aseguró que estaban todos bien y que estaban durmiendo en otras habitaciones de la misma casa logró conciliar el sueño nuevamente.
La siguiente parte era mucho más clara y la recordaba con absoluto detalle, a partir de ese momento ya podía situar cada evento en su momento preciso en el tiempo y eso definitivamente disminuía el desasosiego. Contrario a todos sus hábitos se había despertado con una leve luz que entraba por la ventana. Estaba absolutamente descansada, mucho más tranquila y llena de energía. Tras observar todo lo que la rodeaba, besó el hombro de Emiliano y entró al baño. Encontró una muda de ropa limpia que no era suya pero como si lo fuera. Emiliano la alcanzó y más tarde bajaron juntos recién bañados y con ropa no sólo limpia sino claramente nueva al desayunador.
Remigio los recibió con una sonrisa y le había hecho notar a Sonia que era 3 de mayo:
–Mañana es tu cumpleaños ¿qué te parecería pasarlo en San Cristóbal?
–¿En San Cristóbal de las Casas? ¿y qué se nos perdió ahí? Contestó Sonia extrañada
–Parece que un tal Orlando Blanco al que Elisa, Julio, Dionisio y Lina creen que es importantísimo visitar.
El nombre le sonaba de algo, pero había tardado varios incómodos minutos en recordar por qué. Siempre ha odiado la sensación de no recordar algo que sabe. Emiliano regresó de la cocina con lo que parecían dos expresos triples con leche espumada, puso uno frente a Sonia y se sentó a su lado. La observó en silencio esperando a que saliera del trance que le causaban los esfuerzos de memoria. Con el primer trago de café todas las ideas se ordenaron.
–¡Claro! Es el autor de Organizaciones, tratados e instituciones; buscando una identidad iberoamericana. El libro que tan útil le resultó a Lina. – Había dicho con la satisfacción de recordar lo que por un momento parecía perdido.
–¿De qué estamos hablando? Preguntó Emiliano interesado.
–De que vamos a San Cristóbal a ver a un tal Orlando Blanco y a festejar el cumpleaños de So.
–¿Tu cumpleaños? ¿cuándo es? No me lo habías dicho
–Mañana cumplo 32. No te lo había dicho porque había perdido por completo la noción del tiempo pero ahora que Remigio me lo recordó tendremos que celebrarlo, ¿sabes? Me encanta mi cumpleaños.
–Entonces lo celebraremos a lo grande: Estamos vivos, estamos juntos y María Pantera nos sintió tan cerca que quiso sacarnos de en medio y asumo que no se ha enterado que no lo logró ¿qué quieres hacer?
–Ya se verá, primero tenemos que llegar a San Cristóbal y localizar al tal Orlando.
–Pues eso ya quedó, se está quedando con una amiga con el inolvidable nombre de Vita Panera– dijo Dionisio incorporándose a la mesa y a la conversación.
En quince minutos la mesa del desayunador tenía diez personas desayunando y conversando animadamente: los detectives silvestres, los Parra, los Garré y Diana Jiménez, su anfitriona.
–Son muy valientes por querer seguir tras María Pantera después de todo lo que ha pasado– dijo Diana levantando la voz.
Sonia la observó por primera vez en ese momento. Era una mujer elegante y con muy buen tipo que debía tener entre 60 y 70. Desde ese momento le notó un parecido que tardó un buen rato en ubicar.
–Ahora menos que nunca podemos permitir que se salga con la suya. Ya son demasiadas vidas – había dicho Sonia con firmeza.
–Tenemos que hacerlo por Don Elías– agregó Esteban con absoluta convicción.
–Y por la Señorita Cora – añadió Dionisio con una pasión sorprendente.
–Indira y Elisa tienen razón, son unos jóvenes excepcionales. Mi hija y yo estamos muy interesados en colaborar. Mi hija y yo estamos muy interesados en colaborar. Afuera hay una camioneta esperándolos con sus maletas cargadas.
–¿Con nuestras maletas? ¿que no se perdió todo en el incendio? – preguntó Lina sorprendida.
–Sí pero les arrebaté a Silvina y a Elisa el privilegio de reponer lo perdido. Hay una maleta para cada quien con todo lo que pueden necesitar en las siguientes dos semanas. Ayer Remigio, Julio, Esteban y yo nos fuimos de compras. Los tres tienen un gusto impecable y parece que los conocen muy bien. Estoy segura de que quedarán todos encantados. La ropa que encontraron en los baños es sólo una probada. Me encantaría ver sus caras cuando abran las maletas pero no pueden perder más tiempo y Silvina, Marcelo y yo tenemos que arreglar otros asuntos urgentes. Y sobre la camioneta me aseguraron que con Emiliano y Sonia un chofer sólo estorbaría.
–Ya Julio tiene los datos exactos de la casa de Vita–intervino Silvina– apúrense para que lleguen a buena hora.
Una vez terminado el desayuno todos salieron hacia la puerta principal. Sonia y Emiliano iban más atrás. Fue entonces cuando Sonia había visto las fotos, había varias en una mesa frente a la puerta.
–Con razón Diana me recordaba a alguien, es la mamá de…
–Exacto– la había interrumpido Emiliano– colabora con los son-noros desde hace años. Las conocí cuando los Cojolites colaboraron en el soundtrack de ¿te acuerdas?
–Ahora entiendo todo. Me imagino que Julio, Remigio y tu hermano deben haber disfrutado locamente ir de compras con su tarjeta de crédito.
Entre risas salieron de la casa un calor terrible. Al subir a una suburban muy nueva y completamente equipada, Sonia vio que eran poco más de las nueve y ya estaban a 28°C. Diana le entregó las llaves a Emiliano y le dijo:
–Es suya por todo el tiempo que les sea útil. Avísenle a Indira en donde la dejan y ya veré yo que la traigas de regreso. Buena suerte a todos y comuníquense conmigo si puedo hacer algo más por ustedes.
El ruido del carrito de servicio regresó a Sonia al presente. Se incorporó y esperó atentamente la llegada de la sobrecargo con una mísera bolsita de cacahuates y una bebida. No podría explicar por qué pero a Sonia el momento de servicio en los aviones siempre la había puesto nerviosa. De alguna manera sentía que no contestar a tiempo o contestar de manera inadecuada representaría un error de consecuencias inimaginables. Mientras le servían un jugo de tomate (¿por qué en los aviones el jugo de tomate ha sido siempre tan popular?) y una paloma a los de adelante, Sonia se incorporó y concentró toda su atención en las manos de la azafata. Llegó el carrito a su lado, la señorita logró poner unos cacahuates japoneses con limón en la mesita del asiento de Sonia a pesar de la enormidad del hombre de junto.
–¿Algo de tomar? – Preguntó con el fingido interés de quien hace la misma pregunta cientos de veces al día.
–Sí, un whisky con agua mineral, por favor– Contestó Sonia esperando, como de costumbre, alguna catástrofe.
Cuando recibió su whisky, fuerte como todos los whiskys de avión, dio las gracias y se volvió a sumergir en sus recuerdos.
Entraron a San Cristóbal como a la una y media y poco antes de las dos se estacionaron fuente a casa de Vita.
–¿Será buena idea aparecernos justo a la hora de comer? – había preguntado mientras apagaba el motor.
–El verdadero asunto es si estarán, es domingo– Contestó Esteban preocupado.
–Seguro que sí están, si nos están esperando – intervino Julio.
Justo en ese momento se había abierto la puerta y dos personas salieron a la calle. Vita era una mujer de alrededor de 30 con una sonrisa cálida y una mirada inteligente y profunda que la dotaban de una presencia imposible de ignorar; su cabellera oscura le caía pesadamente hasta los hombros. Orlando tendría unos 24 ó 25 años, era como de la estatura y complexión de Remigio. El rasgo más sobresaliente de sus facciones era una nariz con tanta personalidad como, otra vez, la de Remigio; tenía la piel extremadamente blanca, característica indiscutible de quien pasa demasiadas horas bajo techo.
Orlando corrió a abrazar a Julio sin ponerle ninguna atención al resto de los recién llegados.
–¡Querido! ¡pero qué puntualidad!
Mientras saboreaba su whisky, Sonia trató, por enésima vez en los últimos cuatro días de entender lo que había pasado a continuación. Volvió a tratar de ponerle palabras pero vio que era prácticamente imposible.
Alguna fuerza invisible atrajo a Remigio y a Orlando que se pararon uno muy cerca del otro y se observaron en silencio durante lo que les pareció a todos una eternidad. Los demás no podían apartar los ojos y contemplaban con sorpresa la sorpresa del músico y del escritor. La primera en moverse fue Vita que tras balancearse incómoda durante un par de minutos, se acercó a Sonia Y Emiliano. Sonia recordaba con toda claridad una enorme tensión en el aire y la calle de casa de Vita, normalmente bastante transitada, completamente desierta como para sumarse a la enorme extrañeza del momento. Por fin Lina, con su don para cortar de tajo los momentos incómodos, dijo:
–No sé por qué, pero me acordé del carnaval de Huejotzingo, como que huele a pólvora.
–¿A pólvora? Quizá sea demasiado decir, pero sí que tengo la impresión de que algo está a punto de explotar – añadió Emiliano haciendo un esfuerzo por disminuir la seriedad del momento con una enorme sonrisa.
Vita aprovechó el cambio en el ambiente y los condujo a todos al interior de la casa en donde todos se presentaron con más calma. De cualquier modo Lina no podía quitarle los ojos de encima a Orlando, cuando más tarde Sonia le preguntó la razón le había dicho que tenía la clara sensación de conocerlo hacía mucho.
Julio se sentó cerca a un lado de Orlando en la pequeña sala y se puso a hablar sin parar. Sonia muy pronto descubrió que Remigio los veía con una incredulidad y que muy pronto dio paso a algo mucho más violento. Se le acercó y le dijo discretamente, tratando de evitar que alguien más los oyera:
–Me preocupa ver que te lo estés tomando tan a pecho.
–El problema no es Julio, es Orlando, es odioso, habla con una precisión que me parece molesta.
A lo que Sonia tuvo que contestar tratando de ocultar una sonrisa –Como si tú y yo estuviéramos en condiciones de criticar a alguien por su uso quisquilloso del lenguaje.
–Además, ese aplomo me parece antinatural en alguien de su edad.
–Querrás decir en alguien de nuestra edad– dijo Esteban interviniendo divertido en la conversación. –No veo por qué te molesta tanto, si son igualitos.
–¿Yo igual a ese intelectual desabrido?
–Quizá no te haga gracias oírlo – había dicho Sonia –pero definitivamente se parece a ti como el hermano que nunca tuviste. Es y no es sorprendentemente como tú en muchos aspectos.
–Seguro que hasta podrían intercambiar ropa, Guapo.
–Pues citando a mi celebridad favorita: ¿Te gusta? ¡pues cógetelo!
–Qué susceptible si yo simplemente estaba tratando de hacerte notar el parecido que todos hemos notado menos tú. Yo tengo muy claro que prefiero a los músicos que a los escritores, de hecho estoy pensando en un músico en particular…
–Pero si yo también escribo… le dijo Remigio renuente a aceptar el cumplido en medio de la terrible confusión que lo había atrapado.
–Y puede ser que él también haga música, pero son dos personas diferentes que tomaron caminos diferentes. Y me encanta que tu camino y el mío coincidan
Sonia decidió darles un poco de privacidad, no es que se pudiera lograr mucha en una casa pequeña con nueve personas. Se acercó a Emiliano y Vita que conversaban animadamente.
–Definitivamente somos demasiados para tu casa, pero ya buscaremos la manera de solucionarlo. ¿Tienen hambre? Porque nosotros desayunamos muy temprano y So empieza a tener cara de que no tarde en darle un bajón de azúcar.
Sonia sonrió ampliamente al recordar lo bien que la había llegado a conocer Emiliano en aparentemente tan poco tiempo. Eran muy pocas las personas además de ella misma que podían anticipar sus súbitas disminuciones en el nivel de azúcar en la sangre. El aviso de que el avión iniciaba su descenso la volvió a la realidad, entregó el vaso de whisky vació, subió la mesa y enderezó su respaldo. La esperaba un transbordo y otro vuelo de alrededor de hora y media, no sabía que los aviones podrían ser tan útiles para ordenar los recuerdos.
En lo que esperaba el siguiente vuelo, Sonia entró al baño y se vio a sí misma, la mujer en el espejo tenía muy poco de Sonia: su pelo era largo y rojo intenso (una peluca),y traía puestos unos lentes de sol enormes que se ajustaban facilmente a la clasificación de Lorena Herrera y un sombrero de como de vaquerita muy calado color verde que daba el toque final al atuendo de gringa en spring break. Sonia se debatía entre un sentdido de ridículo y la clara conciencia de que, dadas las circunstancias, el disfraz resultaba inidspensable. Lo peor del asunto era que atardecería muy pronto y los lentes y el sombrero serían aún más ridículos. Lo único que le daba cierto sentido de paz era que en un par de horas podría prescindir del disfraz y tendría con quién hablar de todo lo sucedido en el viaje. Siempre le había resultado muy útil decir las cosas en voz alta para aclarar sus ideas y sus ideas en ese momento eran caóticas y desordenadas.
Se subió al cuarto y último avión de la semana y volvío a ocupar el asiento 23A, afortundamente esta vez el 23B estaba libre. De hecho, era el único asiento desocupado del avión. Después del despegue Sonia cerró los ojos y volvió a la labor de ordenar sus recuerdos.
* * *
El enorme grupo había compartido una larga comida en uno de los muchos restaurantes argentinos que empezaban a aparecer como plaga por todo San Cristóbal. Vita se había portado como la perfecta anfitriona aunque era evidente que tanta gente desconocida la sacaba de su área de confort. Los detectives silvestres y los Parra seguían en un ánimo celebratorio que en el fondo sabían era un mero impasse. Julio y Orlando se reían sin parar de viejas historias compartidas ante la mirada inquisidora de Remigio. Tras pagar una cuenta que incluía varios kilos de carne y casi 50 cervezas y conluir que necesitaban otra noche de descanso antes de poder celebrar el cumpleaños de Sonia, se desbandaron. Julio y Dionisio se fueron con Orlando y Vita, los Parra desparecieron misteriosamente y Remigio, Lina y Sonia se sentaron a tomar un café (bueno, dos cafés y un té) como hacía mucho tiempo que no hacían (quizás desde el principio de su disparatada aventura). Fue en ese momento en el que Sonia había verbalizado lo que rondaba su cerebro desde el incendio de Los Amigos. Se bebió de golpe el final de la primera taza y encendió nerviosa el cuarto cigarro en la última media hora:
-Tengo que reconocer que Copal Master tenía razón. Tengo que perder el miedo a no saber que, seamos sinceros, en casos como este se suele mezclar con el miedo a saber.
-¿Estás hablando de lo que creo que estás hablando? preguntó entre preocupado y divertido Remigio
-Sí, de que estoy profundamente enamorada de Emiliano Parra, no me vean así y no me interrumpan, y no puedo ni quiero imaginar mi vida sin él. Sé que no puedo controlarlo todo pero sí que necesito saber a dónde va esto. Por un lado quiero que esta aventura absurda se prolongue para siempre pero por otro no puedo evitar pensar en que no podré regresar a mi vida anterior: mi casa, mis alumnos, la prepa parecen parte de una vida lejanísima, de una Sonia que ya no soy yo.
-¿Y qué piensas hacer, amiga? -preguntó Lina, como poniendo palabras a la preocupación de ella y Dionisio que, a pesar de todos los años que tenía de conocerla nunca había visto a Sonia así.
-Preguntárselo, sí, creo que ha llegado el momento de tener La Conversación. Él algo me quería decir el último día en los amigos.
-Y lo desconcertaste con tu reacción, justamente de eso estábamos hablando cuando empezó el incendio.- añadió Lina
-¿Qué te dijo? preguntó interesado Remigio
-No, no me digas nada. Prefiero que me lo diga directamente él y pienso preguntárselo hoy mismo. Yo tengo bastante claro qué quiero pero necesito saber en dónde está él.
-Pues en este momento está caminando hacia acá. Contestó Remigio señalando dos siluetas que acababan de dar la vuelta en la esquina.
-¿Pagan mi café? si no hago esto ahorita, no lo haré nunca. Nos vemos en casa de Vita a las diez para ver cómo nos acomodamos para dormir. Y no pienses que ya te libraste del tema Orlando, Remi.
Y metiendo los cigarros y en encendor a su enorme bolsa, corrió hacia Emiliano.
* * *
Con otro paquete de cacahuates, ahora salados y otro whisky de avión recordó la conversación que había tenido con Emiliano mientras caminaban por los andadores rumbo a Santo Domingo.
-En medio de esta enorme sucesión de absurdos necesito algunas certezas. ¿Sabes? no funciono bien sin alguna certeza y siento que en las últimas semanas las he perdido todas.- Dijo Sonia con más lentitud de la habitual.
-¿Certezas? Pues sí que tenemos algunas: vamos tras María Pantera, ya era hora de que alguien lo hiciera, y estamos muy cerca, tanto que ya representamos una amenaza.- Contestó Emiliano malinterpretando el sentido de las palabras de Sonia.
-¿María Pantera? Eso no es ni remotamente una certeza, no me sirve, no me resulta suficiente.
-¿A qué te refieres, entonces?
-A nosotros- Contestó Sonia rápida y nerviosamente.
-¿Nosotros: tú, Lina, Dionisio, Julio, Remigio, mi hermano y yo?
-No, un nosotros mucho más pequeño, un nosotros que quiero entender como tú y yo, nadie más.
-¿Qué certezas necesitas de nosotros?
-Necesito saber qué juego estamos jugando, hacia dónde vamos. No me interrumpas, no soy buena con las relaciones, mi experiencia en realidad es bastante escasa, pero soy aún menos buena con la incertidumbre. Hacía mucho que mi vida era como la de la protagonista de alguna novela del siglo XIX, toda la acción se deba sólo en mi interior, pero ése no es el punto. El punto es que necesito saber qué papel desempeñas en este momento en mi historia. Qué va a pasar con este nosotros pequeño cuando termine este absurdo, cuando terminemos con María Pantera si ella no termina con nosotros.
-Pues aquí están mis certezas: Te quiero, Sonia. Te quiero como no había querido a nadie y quiero seguirte queriendo siempre. Puede parecer muy pronto para usar esa palabra, pero así lo sé y así lo siento. Un día apareciste en mi café involucrada en una lucha que no entendías bien y que en realidad debería ser mucho más mía que tuya y lo cambiaste todo. No podría asegurar en qué momento nació la certeza pero hoy la siento parte de mí… Espera, ahora te toca a ti escucharme.
En algún momento habían dejado de caminar y estaban parados frente a la Catedral. El movimiento habitual de las tardes de domingo se había incrementado por los fieles de la Santa Cruz.
Sonia sonrió al recordar la escena mientras le daba un trago al whisky. Era como si la hubieran sacado de una de las chick flicks que eran su placer culposo y nada secreto. Parecía que toda la gente que estaba en la plaza era consciente de la importancia de la conversación y hubieran decidido no sólo no interrumpirlos sino ni siquiera acercarse a ellos. Estaba oscureciendo y las luces de las comunidades de las montañas empezaban a notarse con claridad. Las siguientes palabras de Emiliano se habían quedado tatuadas en el recuerdo de Sonia, fueron, como un golpe que le sacudió el cerebro:
-Déjame decirlo con mayor claridad: quiero ser parte de tu vida, quiero tenerte a mi lado cada día, quiero que este nosotros pequeño como le llamas se vuelva permanente. ¿Me quieres lo suficiente como para intentar pasar el resto de tu vida conmigo?
Sonia tuvo que poner en pausa el cerebro unos instantes para poder contestar con mucho mayor aplomo del que se sentía capaz en ese momento:
-Más, Emiliano Parra, te quiero tanto como para saber que esto es más que un intento. Te quiero y quiero pasar contigo el resto de mi vida contigo.
En ese momento las angustias de Sonia habían desaparecido y dando paso a una cereza absoluta: Emiliano era algo definitivo y lo sabía hasta el fondo. Y saberlo le había tranquilizado las ideas y la tripa llenándola de paz y eso era una muy buena señal.
Desde el asiento 23-A del vuelo México-Tuxtla, Sonia se aferró a esa certeza, decidida a no permitir que los acontecimientos de los siguientes días la rompieran. El avión aterrizaría muy pronto, volvería a San Cristóbal y volvería a Emiliano. Le recordaría la certeza que, al parecer, había entrado en crisis debido, en gran medida a la llegada de nuevos personajes a la historia muy poco después de esa conversación.
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